sábado, 12 de mayo de 2012

Ella está sola

En el punto opuesto de la ciudad estaba ella, Ámbar. Su nombre era el homenaje de su madre al bien más preciado de la ciudad, una sustancia brillante y hermosa que se utilizaba como moneda de cambio por su alto valor. En otras ciudades el oro era más valioso, pero allí lo que procedía de la naturaleza, sin causarle daño para obtenerlo, era más preciado y todos eran felices con el intercambio.
Ella era morena con el pelo largo y de abundantes rizos, los ojos pequeños pero vivos, de color verde azulado.
Era inteligente, pero a la vez ingenua, creía que todos los seres humanos tenían algo bueno en su interior, aunque la vida le hubiera dado evidencias de ser todo lo contrario, que todos en su interior guardan un lado de injustificable maldad.
A sus veintiún años aun seguía soltera, cosa que inquietaba a su madre y tranquilizaba a su padre. Muchas muchachas más jóvenes ya estaban casadas y con unos hijos a los que echarles un ojo, en cambio ella no daba indicios de sentir deseos de formar una familia ni de entregar su libertad a ningún hombre.
A la edad de dieciséis había conocido a alguien, al principio creyó que era amor, pero ahora, habiendo madurado lo suficiente, comprendía que solo le había atraido por su físico y por ser un poco arrogante, cosa que ahora no entendía que pudiera pasar, ya que ser arrogante era un defecto y no una virtud como para algunas adolescentes pudiera parecer. Echaba de menos aquella sensación, la sensación de dejarse llevar por los sentimientos y las emociones, en vez de por la cabeza y la razón. Ahora eso ya no existía, no había vuelto a sentirlo y se sentía incompleta por ello. Era solitaria y pensativa, no tenia muchas amigas, y las que tenia ya estaban casadas con lo que no las veía demasiado. 
Estaba atardeciendo, y el cielo era de un color naranja fuego. De pronto alguien tiró de su bolsa y la desprendió de ella. Intentó echar a correr, pero el ladrón ya estaba doblando la esquina y era imposible alcanzarlo. Se quedó allí, y empezó a llorar. La bolsa contenía 250 gramos de ámbar, era lo que llevaba ahorrando desde hacía meses.  

sábado, 5 de mayo de 2012

Un comienzo

Era un día triste en la Ciudad del Ámbar, las nubes color rojizo amenazaban con una tormenta. Las calles vacías mostraban que a los habitantes del lugar no le agradaban demasiado las pegajosas gotas que lloraba el  cielo. Una niña, de unos 8 años, estaba afuera, sola, empapada, pero sin que al parecer le importase. Chivi estaba sola, no tenia familia, no tenia amigos, no tenia casa y no tenia una vida como el resto de los lugareños, quizá por esto la veían tan extraña y se apartaban de ella. La niña, que no sabía su procedencia, era auto suficiente, siempre había cuidado de sí misma. Robaba comida y ropa y dormía en el granero de algún campesino despistado al que se le olvidara echar el candado.

Al cabo de un rato la tormenta cesó, dejando el suelo manchado y la arena de la plaza de un color anaranjado.
La gente comenzó a salir de sus casas y se reanudó la actividad normal de la ciudad.

Chivi tenia el cabello cobrizo. Al principio no había sido así, pero había aguardado debajo de muchas tormentas cambiando así tanto su pelo moreno como su piel pálida, que ahora era de un color canela intenso. La única parte de su cuerpo que seguía inalterada eran sus ojos, unos ojos grandes y expresivos de color verde vidrioso. A menudo, al pasar por algún charco, la niña se miraba, imaginándose más adulta. Se quedaba pensado y analizaba cada detalle de su cuerpo, su estatura no podía saberla mirándose allí, pero había aprendido a hacerle muescas a un árbol y comprobar que iba creciendo como mínimo un centímetro cada dos ciclos lunares. El resto de su fisonomía sí podía verla ahí reflejada. Estaba delgada, en comparación con las rollizas niñas que abarrotaban las calles; su pelo era largo, fino y liso, y cuando el sol brillaba su melena lo hacía casi con la misma intensidad debido a sus reflejos dorados. Sabía que era alta para su edad y también parecía mayor. El hecho de que se hubiera cuidado a sí misma desde que le alcanzaba su memoria quizá la había hecho crecer a un ritmo más acelerado. Aparentaba unos 11 años y ya empezaban a asomar leves curvas por su cuerpo, las caderas eran anchas, pero no desproporcionadas para su delgadez; los senos empezaban a apuntar  debajo de su camisa de lino y crecían rápido y de forma pareja.

Era la hora de comer y Chivi se dispuso a hurtar una tarta de carne o una barra de pan que estuvieran reposando en  la ventana de alguna ama de casa. Las tartas con cochino que hacía la señora Nácar eran sus preferidas. Alguna vez había visto como la mujer, sabiendo que ella merodeaba por allí, Había sacado dos tartas al alfeizar en vez de una. Eso le complicaba menos las cosas a Chivi, porque a pesar de que era su forma de vida, después de robarle la comida a alguna familia se sentía triste.